Cuando el miedo a conducir es una prisión
Ara Barradas solo tenía que pensar en ponerse delante del volante mientras estaba sentada en el sofá de casa para que su corazón empezase a acelerarse y sintiese sudores fríos.
En el caso de Pablo, cuando va conduciendo y el coche que le sigue se acerca demasiado, llega el bloqueo. Los dos sufren amaxofobia, es decir, miedo a conducir, un problema psicológico que llega a incluso incapacitar a la persona afectada, como le ha ocurrido a Pablo, que es conductor profesional. Así comienza el reportaje que El Confidencial redactó sobre la conducción y la amaxofobia.
El inicio de su fobia está en un accidente de tráfico que sufrió junto a su familia en 2009: "Estábamos parados y una furgoneta de reparto llegó por detrás y acabamos empotrados contra cuatro vehículos". Como consecuencia, sufrió un latigazo cervical y no pudo conducir durante cuatro meses. En el momento de volver a coger el coche y pensar que podía trabajar de nuevo se sintió "muy ilusionado", pero fue entonces cuando apareció el miedo. "Cogí el coche, empecé a andar y me sentí raro, pero no sabía lo que era. Al encontrar el tráfico saturado, solo pude agarrar el volante con las dos manos e ir recto, no podía ni moverme de carril. Logré volver a casa y al llegar me puse a llorar, tenía mucha ansiedad y sensación de impotencia porque no sabía qué me pasaba", relata este conductor de 40 años que, por su profesión, prefiere no revelar su verdadero nombre.
Finalmente estuvo trece meses de baja y recibió tratamiento psicológico durante seis meses mientras que, de forma paralela, fue cogiendo el coche "poquito a poco": al principio en vías sin tráfico y con otro coche escoltándole para después afrontar retos mayores. En lo que respecta a su vida profesional, se incorporó a su trabajo tras la baja, pero fue despedido y pasó dos años en el paro. "El miedo me paralizó la vida, he perdido oportunidades laborales", explica. Ahora lleva más de un año trabajando como conductor de camiones -"para mí poder trabajar es un paso de gigante", afirma-, aunque es consciente del riesgo que supone tanto para él como para los demás conductores porque se bloquea.
Sin embargo, la situación laboral es "complicada" y no le permite elegir entre muchas ofertas de empleo. De hecho, para lograr su puesto actual ocultó su problema. "Si pudiera no trabajar de camionero, lo haría", confiesa y aclara que, por ahora, cada vez que ha sentido que iba a bloquearse en la carretera, ha solventado la situación parando el vehículo.
Pero el hecho de haber sufrido o presenciado un accidente de tráfico no es el único detonante de la amaxofobia. Según explica Ignacio Calvo, psicólogo experto en ansiedad y estrés que lleva siete años trabajando con amaxofóbicos y colabora con la Fundación CEA (Comisariado Europeo del Automóvil), otra posible causa es haber sufrido un ataque de pánico o ansiedad al conducir, que suele estar relacionado con una situación personal o profesional de estrés elevado. "Cuando nuestra mente tiene experiencias negativas localiza el contexto y tendemos a evitarlo de forma casi irracional", apunta Calvo, por lo que se acabará asociando la idea de que se vuelva a repetir con la propia conducción.
También la falta de pericia y confianza al volante puede condicionar el miedo, y no solo a los conductores noveles sino también a aquellos que por motivos de edad o salud son conscientes de que sus habilidades se han visto mermadas. De igual forma, puede afectar a conductores que sean más conscientes de sus responsabilidades, como es el caso de las madres y padres que llevan a sus hijos en el coche o de las mujeres embarazadas.
A veces este problema psicológico se mezcla con otras fobias, como la agorafobia -miedo a los espacios abiertos en lo que se desconoce la vía de salida en caso de sufrir un problema de salud-; el miedo a las alturas, que incide en el paso del vehículo por un viaducto; o la claustrofobia, que agrava la situación del conductor afectado cuando pasa por un túnel.
En el caso de Ara Barradas, de 35 años, la fobia nació tras pasar muchos años sin conducir. "Siempre usaba el transporte público y cuando un día volví a sentarme delante del volante me entraron sudores fríos, me puse nerviosa y, aunque conseguí arrancar, se me caló el coche veinte veces. Perdí la confianza en mí misma y no lo cogía porque me daba miedo y me daba miedo porque no lo cogía", narra.
En su entorno creían que simplemente se le había olvidado conducir y le recomendaban que fuese a la autoescuela para hacer un curso de reciclaje, pero su problema no es que se pusiese nerviosa, es que se paralizaba y tan solo con imaginarse en el asiento del conductor sentía ansiedad. Es decir, sufría tanto la reacción física del cuerpo cuando anticipa un peligro, como el último síntoma de la amaxofobia: evitar las circunstancias que provocan el miedo.
Ante su incapacidad para coger el vehículo y la sensación de dependencia que tenía para organizar cualquier desplazamiento con sus tres hijos, acabó sintiéndose "frustrada" e "inútil" y, en 2013, le plantó cara a problema. "Estuve leyendo y vi que tenía amaxofobia y tras mirar en varias autoescuelas que querían venderme clases de reciclaje encontré una con un gabinete especializado. Empecé con charlas gracias a las que fui ganando confianza y después empecé a conducir con un profesor. Fui progresando poco a poco", indica. A partir de ahí, ella misma se ha obligado a sacar el coche y a abordar distancias cada vez más largas. "Sigo yendo nerviosa, pero hace un mes conseguí salir yo sola por la autovía", asegura.
"Condenados" por el miedo
La Fundación CEA, que organiza cursos terapéuticos gratuitos de conducción para víctimas de accidentes de tráfico que sufren este problema, estima que cerca del 30% de los conductores en España sufre miedo a la hora de conducir y que el 6% del total sufre amaxofobia incapacitante que les impide ponerse al volante. Además, el programa Attitudes estimó en 2010 que la ansiedad en la conducción es más acusada entre las mujeres que entre los hombres. A este respecto, Ignacio Calvo considera que es una fobia que se da "en mucha más gente de lo que parece" y por la que trata a muchos hombres en su consulta. "A veces ellos son más reticentes a decirlo porque les pesa el rol tradicional, mientras que las mujeres son más valientes a la hora de afrontar sus miedos".
Al margen de las cifras y los porcentajes, en opinión de Calvo, la consecuencia de esta fobia es que los afectados "se sienten muy poco libres, ven que todo el mundo hace cosas que ellos no pueden" y perciben que están "condenados por sus propios miedos".
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